Creemos saber cuáles son las señales del comportamiento suicida en gente joven, pero cuando la víctima es mayor los signos suelen ser bastante diferentes.
Kris Griffiths nunca imaginó que su padre se suicidaría, pero ahora se da cuenta de que no advirtió una serie de señales de alerta.
Si le preguntas a alguien en la calle qué se le viene a la mente cuando escucha las palabras «suicidio masculino», probablemente mencionará a algún famoso que se quitó la vida, como el cantante Kurt Cobain o el actor de «Glee» Mark Salling.
Lo más probable es que se trate de alguien que se hizo famoso cuando era joven, que quizás vivió una vida de excesos y no logró la relativa estabilidad y ecuanimidad que suele llegar con la mediana edad.
Esta percepción está respaldada en cierta medida por las estadísticas: por ejemplo, cifras oficiales en Reino Unido muestran que el suicidio es la mayor causa de muerte de hombres menores de 50 años.
Las cifras también confirman, sombríamente, que la tasa general de suicidios ha aumentado considerablemente a su nivel más alto desde 2000 y, con un 75% de víctimas masculinas, hoy se estima que un hombre británico muere por esta causa cada dos horas.
Entre estas víctimas se encuentra un grupo demográfico oculto de hombres que están extinguiendo sus vidas a una edad posterior, cuando las tasas de suicidio aumentan nuevamente. Sus muertes suelen quedar fuera del ojo público.
En 2018 mi padre se convirtió en uno de ellos.
Papá tenía 76 años cuando se quitó la vida, 18 meses después de que mamá muriera tras una larga enfermedad.
Nunca pudo aceptar la pérdida de su compañera de vida, sintiéndose cada vez más solo, inútil y aislado, a pesar de las visitas regulares de sus hijos y nietos.
Se cree que la razón subyacente por la que se suicidan tres veces más hombres que mujeres tiene que ver con la adherencia a patrones de comportamiento considerados masculinos: reprimir las emociones en lugar de expresarlas (lo que se considera debilidad); y negarse a buscar ayuda, ya sea de amigos y familiares o profesionales de la salud.
La necesidad de automedicarse con drogas o alcohol también es mucho más común entre los hombres, lo que invariablemente agrava el problema y conduce a un comportamiento impulsivo.
Sin embargo, lo que con frecuencia separa a los grupos demográficos más jóvenes de los mayores son las causas que generan la ansiedad y la depresión que conducen a ideas suicidas.
En los hombres más jóvenes, estos pueden variar desde problemas de identidad hasta dificultades financieras, a menudo causadas por la pérdida del empleo y la presión percibida de que deben tener éxito económico.
Es menos probable que sean problemas experimentados por el grupo de más de 70 años. Para ellos, la soledad suele ser un factor clave.
«Los efectos potencialmente dañinos de la soledad y el aislamiento sobre la salud y la longevidad, especialmente entre los adultos mayores, están bien establecidos», escribió la autora experta en bienestar Jane Brody.
«Las investigaciones han descubierto que la soledad puede afectar la salud al elevar los niveles de hormonas del estrés, lo que a su vez puede aumentar el riesgo de enfermedades cardíacas, demencia e incluso intentos de suicidio».
En el caso de mi padre, la pérdida de su cónyuge de 45 años, a quien había cuidado con devoción en sus últimos años, lo dejó muy dolido.
Su retiro no le había brindado la alegría prometida y ninguna cantidad de visitas de sus hijos pudo disipar su soledad.
Tenía poco círculo social, otro factor que diferencia a los hombres mayores de las mujeres, que tienden a estar mejor conectadas socialmente.
Poco después del funeral de mamá, a papá le diagnosticaron cáncer, que mantuvo lo más callado posible, sometiéndose estoicamente a su radioterapia hasta que lo declararon libre de la enfermedad siete meses más tarde.
Incluso eso no logró generar un sentimiento de celebración o rejuvenecimiento, y ya no obtenía alegría de las cosas que una vez había amado.
Empezó a cancelar a último momento compromisos familiares planificados desde hace mucho tiempo, como la Navidad. Y comenzó a sentir dolores físicos para los que los médicos no pudieron encontrar una causa.
Cuando era joven, el disfrute de la vida de papá había sido contagioso. Era un hombre orgulloso de clase trabajadora, que comenzó y terminó su vida laboral conduciendo autobuses, disfrutaba de una cerveza y un cigarrillo, y siempre fue el alma de la fiesta.
Le encantaba contar historias y tenía una perpetua veta tontona que no se desvanecía con la edad.
Se reía a carcajadas mirando películas de su comediante favorito, Norman Wisdom, pero también se conmovía profundamente escuchando música. Sus artistas favoritos eran Elvis y Roy Orbison.
Sobre todo, mi papá disfrutaba de los placeres simples de la vida, desde una siesta por la tarde hasta un trago fresco en un día caluroso.
No son solo las causas de los sentimientos suicidas las que difieren en las personas mayores, sino también los síntomas.
«Los adultos mayores ‘claman por ayuda’ de formas marcadamente diferentes a los adolescentes, porque la depresión se ve diferente cuando envejecemos», dice el doctor Patrick Arbore, quien fundó Friendship Line en EE.UU., específicamente para asesorar a las personas mayores en riesgo de suicidio.
«Los adultos mayores deprimidos tienen más probabilidades de estar irritables que tristes, y de quejarse de dolencias físicas por las que su médico no puede encontrar una razón«.
Arbore descubrió que los adultos mayores no llamaban a los teléfonos de ayuda porque no se veían a sí mismos en crisis. Se sentían solos y deprimidos, pero era una enfermedad crónica, no diagnosticada, que se desarrollaba con el tiempo.
Si bien a papá nunca se le diagnosticó oficialmente depresión, mis hermanos y yo, plenamente conscientes de su aislamiento y ansiedades, lo convencimos de que se mudara de su casa rural a un hogar de retiro más cercana a todos nosotros.
Si bien estuvo de acuerdo con esto al principio, diciendo que haría lo que nosotros creyéramos mejor, luego se volvió indeciso y obstructivo a la hora de ir a ver lugares, y no definía si quería mudarse o no.
La teoría interpersonal del suicidio articulada por el psicólogo Thomas Joiner, cuyo propio padre se suicidó, propone que hay dos causas principales detrás del deseo suicida: «sentido frustrado de pertenencia» y «percepción de ser una carga», siendo la presencia simultánea de ambas particularmente peligrosa.
Solo ahora esto cobra perfecto sentido, mirando hacia atrás a la situación de papá. Quería acabar con la soledad, pero no molestar a sus hijos, ni a nadie más, incluido él mismo, con la complicación de una mudanza.
«Mientras que los jóvenes hablan sobre el suicidio o dicen: ‘Quiero morir’, es más probable que los adultos mayores digan: ‘No hay lugar para mí’ o ‘No quiero ser una carga’«, dice Patrick Arbore.
«Aunque afortunadamente somos más sensibles a los efectos de las presiones externas sobre los jóvenes, como la intimidación y el acoso en línea, no vemos señales claras de advertencia con los adultos mayores«.
Nuevamente, fue solo cuando más tarde encontré una lista de señales de alerta que me di cuenta de cuántas habían sido evidentemente obvias, pero trágicamente pasaron desapercibidas en ese momento.
La obsesión por poner sus asuntos en orden, aceptando literalmente la primera oferta que recibió por su casa, sin comprometerse enteramente a encontrar una nueva.
Obsequios al azar: insistir en llevar mi auto a que le hagan un chequeo completo. La morbosa charla sobre cómo deseaba haber vivido en Estados Unidos, donde podría haber obtenido fácilmente un arma, que yo corté por reflejo -«¡No seas estúpido!»- en lugar de involucrarlo en una conversación.
Como leí más tarde, hablar del suicidio de ninguna manera significa promoverlo.
La advertencia más conmovedora fue la última. Una tarde papá apareció en mi casa, a más de 100 kilómetros de distancia, solo para «pasar el rato» durante una hora, algo que nunca había hecho antes.
Gratificado por este inesperado esfuerzo social, charlé con él alegremente mientras tomaba un café, y le sugerí que todos nos fuéramos de vacaciones familiares una vez que vendiera su casa. Luego, después de un abrazo, se fue.
Fue la última vez que lo vi ya que, un par de semanas después, se había ido para siempre.
Ahora sé que se estaba despidiendo.
Mis sentimientos de culpa comenzaron a aflorar rápidamente, porque había podido ver de primera mano lo solo que estaba, dando vueltas por su casa con poco que hacer excepto ver la televisión.
Como trabajador freelance sin hijos, podía pasar semanas con él, trabajando desde su casa y desde una biblioteca local.
Cuando llegaba el momento de volver a casa, a veces me preguntaba si podía quedarme un día más, algo que yo no siempre podía aceptar. Así que me sentía culpable y abatido en esos largos viajes de regreso.
Luego, durante una de mis últimas visitas, me preguntó si consideraría volver a vivir con él a tiempo completo, lo cual tuve que rechazar, ya que simplemente no habría funcionado para mí, un hombre en sus 30, conviviendo nuevamente con su padre en una vivienda rural.
No puedo evitar pensar en ello con profunda tristeza, sabiendo lo que vendría después.
«Los estados de riesgo son dinámicos: aumentan y disminuyen en cortos períodos de tiempo», dice el psiquiatra geriátrico Yeates Conwell de la Universidad de Rochester en Nueva York, quien llama al estado suicida uno «tambaleante».
«Hay una voluntad de vivir y una voluntad de morir, y va y viene».
Si se permite que este sube y baja oscile sin control, los hombres mayores son mucho más letales en su comportamiento suicida, dice Conwell, citando estudios que sugieren que uno de cada cuatro adultos mayores que intenta suicidarse muere, frente a uno de cada 200 para los adultos más jóvenes.
Planifican con más cuidado y usan métodos más letales, mientras que la fragilidad física reduce la probabilidad de recuperación de las lesiones y el mayor aislamiento disminuye las posibilidades de rescate.
«La vejez se asocia significativamente con actos autodestructivos más decididos y planificados», dice Conwell. «Y menos advertencias de intención suicida».
Esto hace que la intervención para diagnosticar y tratar la depresión sea aún más importante, y funciona. Un estudio de 2009 en EE.UU. encontró que el tratamiento antidepresivo redujo significativamente el riesgo de ideación suicida en las personas de 65 años o más.
Un rápido aumento en la población de adultos mayores, impulsado por el envejecimiento de la generación del baby boom, significa que es probable que las cifras de suicidios de ancianos sigan aumentando.
Es revelador que el álbum My Generation («Mi generación») de The Who se haya convertido en una especie de himno para muchos de ese grupo etario, con su letra central: «Espero morir antes de envejecer».
Solo ahora desearía que esa letra nunca se hubiera escrito.
— publicidad —