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Los hoteleros españoles no tienen quienes les defiendan

Los hoteleros en general y los españoles en particular están en el punto de mira de todos los ataques que dirigidos al sector turístico se vienen produciendo tras la retirada de la controvertida reforma fiscal que implementó el Gobierno de Abinader de manera apresurada y atropellada para, básicamente, acabar con las exenciones fiscales del empresariado turístico. Desde la derogación de dicha reforma no hay día en que intelectuales, economistas, comunicadores e influencers hayan dejado de arremeter contra los inversores, con especial incidencia en los españoles, diabólicos personajes para algunos de ellos.

Los hoteleros del otro lado del Atlántico y más concretamente del Mar Mediterráneo, llegaron a RD al calor de las exenciones fiscales, que no al del Trópico, ofertadas por un Gobierno dominicano que había hecho suyo los mismos planes de captación de inversores implantados por el de México en Cancún y Riviera Maya y que fue desarrollado por una entidad creada ad hoc llamada Fonatur y con estatus ministerial. El plan funcionó y a rebufo de Barceló padre llegaron en troupe un sinfín de empresarios de alto y medio voltaje.

Las compañías españolas apostaron por RD con más fuerza que en México, Jamaica y Cuba y aquí se asentaron en todos los aspectos, empresarial y en muchos casos familiarmente. Para defender sus intereses pusieron en marcha una asociación gremial que inteligentemente se integró en Asonahores pero que nunca llegó a aglutinar a todos los inversores de la península ibérica (Barceló, Be Live, BG, Cobbo, etc) ni de las Islas Canarias (Martinón, Lopesan, etc) también con fuerte presencia en el país. Eso sí, estaban y están las más grandes: Meliá, Riu, Iberostar, Bahía Príncipe, Palladium, Catalonia y otras medianas.

El lobby español tiene ante sí el reto de afrontar los ataques de los que por una razón u otra cuestionan sus privilegios y, por qué no decirlo, sus fobias por el poder económico alcanzado. Los atacantes no están solos y en determinados casos cuentan con el aliento y el soporte de poderosos de todo tipo y condición que ven a los hoteleros como sus némesis. El gremio español lo tendrá difícil porque no ha sabido estructurar un equipo ejecutivo sólido, no ha hecho pedagogía de la labor llevada a cabo, no se ha ganado la simpatía de ciertas capas sociales y, como el coronel Buendía de García Márquez, no tiene, tal decíamos recientemente, quienes les escriban. Los hoteleros españoles son desmemoriados, cortoplacistas, desunidos y unos bienquedistas que tratan a todos por igual (a los que se jugaron la vida por el impuestazo en Baleares y a los que lo defendieron).

No están preparados para las vaguadas de ahora y mucho menos para las fuertes tormentas que se avecinan. Menos mal que forman parte de Asonahores y que están dispuestos a volver a navegar en el barco del capitán al que, por celos infantiles y orgullo patrio, nunca debieron abandonar. Con la actual tripulación y con el buenísmo de sus dirigentes no llegarán a buen puerto. Y el Gobierno y los envidiosos lo saben.

Arecoa

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