Rafael Hernández, un veterano exguerrillero de El Salvador, trabajó después de la guerra civil (1980-1992) como guardabosque y ahora, ya retirado, vive de las propinas que gana como guía turístico en el mismo bosque que le sirvió de campo de batalla y refugio durante el conflicto.
El bosque de Cinquera, un poblado rodeado de cerros y ubicado 70 kilómetros al noreste de San Salvador, fue un lugar desolado durante los enfrentamientos de la guerra civil, pero ahora es hogar de un proyecto ecoturístico en el que participan exguerrilleros que buscan salir de la pobreza.
Con más de 500 especies de árboles y arbustos, el bosque de 5.000 hectáreas es atravesado por un río, tiene pozas y cascadas, y fue escenario de combates y también refugio de guerrilleros heridos o asediados, razón por la cual la zona era conocida como «el pequeño Vietnam».
«Cuando terminó la guerra dijimos: si el bosque nos protegió toda la vida, ahora somos nosotros, después de la guerra, los que tenemos que protegerle la vida al bosque», dice Hernández, de 57 años y excombatiente del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que trabajó 18 años como guardabosque después del conflicto.
Las lesiones de guerra le obligaron a retirarse en 2018 y desde entonces vive de las propinas de los turistas. A Hernández, que se dice vivo de «milagro» y no duda en mostrar sus cicatrices -entre ellas las 29 heridas que le provocó una mina-, no le alcanza la pensión por lisiado. Tampoco a otros veteranos.
La guerra civil dejó más de 75.000 muertos, 7.000 desaparecidos y pérdidas millonarias. Hasta que el 16 de enero de 1992 se firmaran los acuerdos de paz, entonces 7.900 combatientes del FMLN se desarmaron y la agrupación se transformó en partido político.
El FMLN gobernó entre 2009 y 2019, mientras el ejército quedó sometido al poder civil y se redujo de 63.000 a menos de 30.000 efectivos, por lo que miles de exguerrilleros «reinventaron» sus vidas.
En el bosque de Cinquera, el gobierno financió desde 2016 y 2019 un programa de reforestación en el que participaron unas 200 personas, entre veteranos, mujeres y jóvenes civiles, que tenían un salario mensual de 200 dólares.
Pobreza
El panorama de los veteranos del ejército y del FMLN es similar: los mayores de 55 años sobreviven con una pensión gubernamental de 100 dólares, dice el excomandante guerrillero Roberto Cañas.
Como uno de los firmantes del plan de paz, Cañas denuncia que casi tres décadas después «la situación material de los excombatientes no superó el estado de pobreza».
Ante tal escenario, sumado a la extrema pobreza existente en Cinquera, la Asociación de Reconstrucción y Desarrollo Municipal (ARDM) diseñó una oferta turística para generar empleo para excombatientes y jóvenes, cuenta su presidente, Iván Hernández.
La ARDM administra también un pequeño hostal, una granja donde reproducen iguanas verdes y un museo que anualmente tiene 24.000 visitas.
El proyecto impulsa el desarrollo de Cinquera o «Radiola», como fue conocido el poblado en el léxico guerrillero durante la guerra y donde unos 1.900 habitantes viven de la agricultura de subsistencia.
Según cifras oficiales, la pobreza afecta a un 29% de los 6,7 millones de habitantes de El Salvador.
En el centro de Cinquera, dos gigantescas bombas descoloridas por el moho que datan de la guerra están en exhibición frente al templo católico y, en una plaza contigua, fusiles M-16, AR-15 y Ak-47 inutilizados adornan un enrejado de hierro.
Allí también está la cola de un helicóptero UH-1H de fabricación estadounidense y perteneciente a la Fuerza Aérea Salvadoreña, derribado por una columna guerrillera en 1991.
En el museo, en tanto, se exhiben fotos y objetos del municipio de antes, durante y después del conflicto armado.
«Lo que más llama la atención del público son las armas de origen norteamericano, ruso y alemán», comenta a la AFP la encargada del museo, Roxana Rosa.
El alcalde de Cinquera, Panteleón Noyola, es otro veterano del FMLN. Tomó el fusil cuando tenía 13 años y sobrevivió a heridas de bala recibidas durante una emboscada en 1987. Se repuso en un hospital en Cuba, donde aprendió a leer.
«Por el esfuerzo de todos» y «una base de organización en todas las comunidades», el municipio ha desarrollado además un ambiente seguro que ha impedido su «invasión» por las temidas pandillas salvadoreñas, a las que las autoridades responsabilizan de gran parte de la violencia que azota el país.
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