El ayuntamiento otorgó 223 licencias en el 2019, el 35% de ellas en el Eixample
Que uno de los restaurantes más aplaudidos del 2019 en Barcelona, el Zero Patatero (en pleno Born), no haya llegado a cumplir el año y que baje la persiana todo un clásico como el Samoa (en el paseo de Gràcia) son síntomas claros de la vulnerabilidad de la hostelería en la capital catalana. Pero lo más significativo es que, pese al alud de cierres anuales, la gran mayoría de los establecimientos son relevados y que otros muchos osados se atreven a abrir un negocio gastronómico desde cero. Hasta el punto de que la ciudad ha batido su récord de nuevas licencias de aperturas de bares y restaurantes de los últimos años, con la friolera de 223, a la vez que 734 emprendedores o grupos empresariales han tomado las riendas por traspaso de otros tantos negocios, muchas veces fallidos. Es decir, casi un millar de establecimientos iniciaron una nueva etapa en la ciudad.
Hay otros muchos signos que delatan las aguas pantanosas en que se mueve parte de la competida hostelería local. Como que uno de los restaurantes más ambiciosos abierto en los últimos años, con una inversión de más de tres millones de euros, se haya traspasado ahora tras una breve trayectoria por apenas una décima parte de ese montante. O que muchas de las novedades que se presentan mediáticamente a lo grande causen baja en un tiempo récord. O que un mismo establecimiento del Eixample (el territorio rey en oferta) cambie de nombre y sello tres veces en menos de dos años.
Durante la crisis hubo un alto nivel de intrusismo hostelero por parte de emprendedores con ansias de abrirse un nuevo camino pero sin experiencia ni fondo de reserva para consolidar muchas frágiles propuestas, coinciden diversos restauradores sondeados. Luego llegaron nuevas apuestas avaladas por grupos cuya infraestructura les otorga oxígeno. Y muchos jóvenes cocineros con gran potencial y recursos ajustados siguen saltando al ruedo. Pero aun así, el nivel de fracasos en Barcelona es notable, porque, pese a su cosmopolitismo, la ciudad se ha convertido en una plaza difícil, muy dependiente del turismo en algunas zonas y de la frágil economía de muchos clientes mileuristas que sufren para pagar el alquiler en otras. Abrir un restaurante, incluso un bar, puede parecer fácil, pero resistir es un privilegio de pocos.