EL SEIBO.-Hasta hoy hemos leído que la fe, si es bastante, puede mover una montaña (Mateo 17:20). A partir de hoy también se puede leer que una montaña, si tiene una cruz puede mover una multitud sobre la base de la fe de muchas de ellas, la curiosidad y acaso por la necesidad de aventura en estos días.
Todo por una cruz que hace 77 años fue afincada en la cumbre de una loma de las cercanías de Santa Cruz de El Seibo, municipio cabecera de la provincia, donde la cruz es la patrona.
Mientras subían por los senderos en zigzag hechos por vacas, lo que unas veces facilita y otras dificulta el avance hacia la cima, los convidados se maravillaban del paisaje que estalla en su belleza cuando se le mira desde lo alto.
La misa se hizo porque entre los convidados estaba el sacerdote Franchy Lluberes, quien recién había caído en la cuenta de que en septiembre se cumplieron los 25 años de su ordenación y decidió celebrarlos en las alturas. Y nada más alto que aquella loma desde la que se ve el río Soco, un pequeño valle sembrado de frutos y caña, el pueblo de Santa Cruz y parte de la sabana del Este.
Que una cruz de unos diez pies de altura haya sido llevada y clavada en el pico de una loma que mira hacia la villa merecía una investigación, y se hizo. Reina María subió casi arrastrándose los 400 metros de elevación que debe tener el punto donde está fundada la cruz y leyó, en medio de la misa, la historia de aquel monumento rústico a la fe de un cura y un vecindario.
Un cura y la cruz
Juan Mateo Gault, de la orden de los scarboros, párroco de Santa Cruz de El Seibo, tuvo la idea de plantar una cruz que cumpliera con el propósito de llevar seguridad interior a los vecinos de Morales, una comunidad entonces habitada por cientos de campesinos, atemorizados por ruidos extraños y una niebla vaporosa que a veces tenía un olor raro. Además, desde allí el símbolo preside el pueblo, que hoy se deja ver como un tablero al final del valle.
Pidió que fuera de madera labrada, resistente y de buen tamaño y con ese propósito fue escogido por su resistencia un árbol de caya que crecía en la medianía de la loma.
Un joven de la comunidad se ofreció para tumbarlo y lo hizo, pero al caer le cogió una pierna que obligó al vecindario a sacarlo en parihuela hasta el hospital. Juan Bautista Peguero, que así se llamaba, murió hace unos dos años en Centroamérica, a donde fue a desarrollar su vocación misionera.
La madera fue labrada, como quería el padre Gault, y la cruz armada con sencillez, pero por ser de caya resultó resistente y pesada. Desde el pie de la loma fue llevada por la comunidad a la cima y plantada allí, donde lo había ideado el sacerdote canadiense.
Son hechos de 1943, pero que todavía son recogidos de la memoria por Mireya Peña y Andrea Dalmasí, dos matronas que tenían entonces 12 y 13 años.
Una aventura
Por las referencias de estas dos señoras un grupo de familiares y sus amigos decidió subir para recrear la aventura del padre Gault y la comunidad de campesinos de aquellos días.
La de 1943 ha de haber sido la primera misa celebrada en aquel firme, una de las últimas en la vertiente sur de la cordillera Oriental o Sierra de El Seibo.
La misa de los días finales del mes pasado ha sido la segunda y tal vez haya más, porque ahora se ha empezado a hablar de la rehabilitación de antigua cruz y la ambientación del lugar para que vayan allí los necesitados de un esfuerzo para el cuerpo y de un ambiente para la espiritualidad en un pueblo que tiene la cruz en el centro de su nombre.
Algunos de los participantes, hijos legítimos de la era de la internet, oyeron misa por primera vez tan alto como lo permitió la casualidad y en un ambiente bucólico en el que, desde el principio hasta el final de una ceremonia que duró unos 90 minutos, estuvo cantando un ruiseñor.
Allí se supo que Franchy Lluberes, sacerdote jesuita, es parte de un grupo en el que participa el artista John Caridad, y tal vez la arquitecta Yanancy Peña, para recuperar y poner en valor un símbolo y su historia puestos a andar por el padre Gault en los años 40 del siglo pasado.
Con ese propósito han conseguido de los propietarios de la tierra apartar unos cuantos metros para hacer un monumento sin mayores pretensiones, pero atractivo, a donde puedan ir con esfuerzo a admirar una hermosa vista, a respirar y a orar.
Juan Bautista
— El destino
El que tumbó el árbol que dio la madera de la cruz sufrió la fractura de una pierna, pero con el tiempo encaminó en Centroamérica una vocación sacerdotal que no se le conocía.
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