InicioENCUENTRO CULTURALRobos, Contrabando y Piratería en Santo Domingo

Robos, Contrabando y Piratería en Santo Domingo

Piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros: palabras que evocan misterio y aventura en el Caribe. ¿Quiénes fueron realmente? ¿Qué los impulsó a surcar los mares? Descubre la fascinante historia detrás de los auténticos ‘Piratas del Caribe’. 

El resplandor de la luna se reflejaba en las aguas turbulentas del mar Caribe, mientras una sombra furtiva se deslizaba discretamente hacia el pueblo de Azua. El ataque llegó de manera inesperada.

En aquel fatídico día del año 1537, el tañido de las campanas de Azua anunció la inminente calamidad, mientras las llamas devoraban los ingenios azucareros y los indefensos vecinos enfrentaban el embate de los atacantes franceses.

Este evento, uno de los muchos enfrentamientos en la interminable saga del contrabando y la piratería, reveló la audacia y crueldad de hombres y mujeres que desafiaron el poderío español en busca de fortuna y libertad. Desde los ladrones de mar acechando en las sombras hasta los corsarios autorizados, quienes operaban bajo licencia legal para saquear y robar, estos personajes históricos tejieron una red de intriga y violencia que resuena en la historia de la isla de Santo Domingo hasta nuestros días.

Contrabando y piratería en Santo Domingo

En los inicios del siglo XVI, el imperio español, consciente de la inmensa riqueza existente en el Nuevo Mundo, estableció un estricto y riguroso sistema de control y monopolio sobre la producción y comercialización de mercancías procedentes de sus colonias. Para estos fines, en 1503 se estableció la Casa de Contratación de Sevilla, una institución encargada de cobrar impuestos, llevar los registros contables y regular todas las actividades comerciales realizadas entre las colonias y España.

En virtud de las bulas alejandrinas (1493) y del Tratado de Tordesillas (1494), instrumentos jurídicos que fueron el resultado de intensas gestiones diplomáticas entre representantes de los Reyes Católicos y del Rey de Portugal, quedaron definidos los nuevos territorios sobre los cuales ambas monarquías ejercían sus respectivos dominios.

En el caso de las Indias Occidentales, como fueron conocidas las nuevas culturas y territorios a raíz de la empresa colombina de 1492, España se consideró la legítima y exclusiva soberana de América. Sin embargo, países rivales de la Corona española, como Inglaterra, Francia, Holanda y Portugal, no estuvieron de acuerdo con ese privilegio que se atribuía España.

Al tiempo que esas cuestiones eran debatidas en Europa, una serie concatenada de acontecimientos permitió el surgimiento de nuevas confrontaciones bélicas entre diversas monarquías debido a la desmedida política de expansión territorial y de dominio que los enfrentaba. Al cabo de un tiempo, las guerras europeas generaron una especie de prolongación de tales conflictos hacia el mundo americano, especialmente en el área de las Antillas. Se originó así una nueva modalidad para combatir el monopolio comercial y económico ejercido por España a través de la Casa de Contratación, dando lugar al surgimiento del contrabando y la piratería contra España y sus colonias en el Nuevo Mundo.

Un grupo de aventureros, ladrones de mar, piratas y bucaneros, naturales de naciones enemigas de España, se dedicaron a la práctica de atacar y saquear las principales ciudades de las Antillas y los buques españoles que navegaban desde América hacia Sevilla, abastecidos de azúcar, cueros y otros productos. La mayoría de estos contrabandistas y piratas profesaban la religión protestante, razón por la cual los españoles, que eran cristianos, los llamaban “herejes”.

A lo largo del siglo XVI y parte de la siguiente centuria, en diferentes ciudades costeras de la isla Española de Santo Domingo, tuvieron lugar numerosas incursiones de contrabandistas negreros, ladrones de mar y piratas, principalmente ingleses, franceses y holandeses. Estos no sólo despojaron a sus habitantes de lo poco que tenían, sino también de parte del tesoro colonial.

Los piratas fueron aventureros que se dedicaban a asaltar y robar embarcaciones marítimas. Por lo general actuaban por cuenta propia, pero en ocasiones también lo hacían con la autorización de determinado gobierno, amparados por una «patente de corso» que era un documento oficial, expedido por el gobierno de su país de origen, que les facultaba atacar de manera supuestamente legal a navíos y poblaciones de naciones consideradas enemigas. Por tal motivo, a ladrones de mar que actuaban amparados bajo una “patente de corso”, se les llamó «corsarios».

Los «filibusteros», por su parte, se dedicaban a merodear por las costas en ligeras embarcaciones llamadas «filibotes». Hay quienes aseguran que el término filibustero derivaba de la palabra holandesa “vlieboot”, mientras que otros afirman que provenía del vocablo inglés “freebooter”. Los filibusteros se destacaron por el constante asedio al que sometieron a las poblaciones españolas de las Antillas.

En cuanto a los «bucaneros», se sabe que eran hombres dedicados a la caza de animales cimarrones, quienes originalmente se asentaron en la vasta y despoblada parte noroeste de la isla Española, así como en la isla de La Tortuga. Su actividad principal consistía en ahumar la carne para luego venderla a traficantes de negros esclavos y a corsarios con los cuales comerciaban ilegalmente. Preparaban la carne lentamente sobre una barbacoa, mediante una técnica de asado sobre una fogata de leña que los aborígenes llamaban “bucán”, de donde proviene el nombre de “bucaneros”, quienes, andando el tiempo, también recurrieron a la piratería y al filibusterismo.

Tanto en la isla de La Tortuga, como en parte noroeste de la Española, que llamaban “la tierra grande”, los bucaneros llegaron a conformar una singular sociedad o cofradía conocida como “Los Hermanos de la Costa”, que se regían por sus propios códigos, aglutinaban a aventureros de diferentes pueblos y, por lo general, eran enemigos de España. Entre los miembros más destacados de esa cofradía se encuentran el francés Francisco el Olonés y el inglés Henry Morgan.

Para 1513, en España, piratas y corsarios franceses ya merodeaban cerca de las islas Canarias, esperando las naves españolas que se dirigían a Sevilla procedentes de la isla de Santo Domingo. Años más tarde, en 1522, un corsario francés llamado Jean Fleury atacó y robó un barco que transportaba cueros y azúcar desde Santo Domingo.

Años más tarde, en 1537, aventureros franceses saquearon la villa de Azua en la Española, al tiempo que incendiaron algunos ingenios. En esos mismos años ataques similares fueron llevados a cabo por corsarios franceses e ingleses afectando a otras posesiones españolas en el Caribe, como Cuba y Puerto Rico. En parte, esta difícil situación obligó a la monarquía española a tomar precauciones para proteger sus intereses en la región, como la formación de una flota de galeones que, al menos dos veces al año, escoltaba a los buques que transportaban provisiones desde América hacia la península ibérica y viceversa. La Corona española, además, instruyó a sus funcionarios coloniales para que construyeran murallas y fortalezas en importantes ciudades del Caribe, como La Habana, San Juan y Santo Domingo, con el propósito de que pudieran brindar mejor seguridad y protección militar a sus súbditos.

Después de mediados del siglo XVI, una flota de barcos negreros llegó a la costa norte de la Española, al frente de la cual estaba un comerciante y corsario inglés de nombre John Hawkins, quien desde hacía años hacía negocios en las Canarias. Hawkins organizó una primera expedición a la isla de Santo Domingo con barcos cargados de mercancías europeas y un cargamento de negros esclavos para venderlos e intercambiarlos por cueros, azúcar y otros productos de la isla.

El primer viaje de Hawkins a la Española tuvo lugar en 1563 y luego realizó otras dos expediciones a la parte norte de la isla, pero en esta ocasión obtuvo una patente de corso expedida por la reina Isabel I, de Inglaterra, de quien se dice que fue la primera monarca europea en utilizar los servicios de piratas y corsarios para hostigar al Imperio español en las Indias.

Por los servicios prestados a la Corona británica, el corsario John Hawkins recibió el título nobiliario de «Sir». Como dato curioso, cabe resaltar que en la tripulación que acompañó al pirata John Hawkins en sus incursiones por las Antillas se encontraba un pariente cercano a quien el destino le tenía reservado protagonizar un oscuro capítulo en la historia colonial dominicana. Su nombre era Francis Drake, de no muy grata recordación para el pueblo dominicano.






El Dia

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